ANGERS

Un paseo: donde mejor se aprecia el significado de la "douceur angevine" es contemplando, si el sol se une a nosotros, unas vistas inmejorables entre la promenade du Bout du Monde y el barrio de la Doutre.

Un restaurante: como Michel ya dejó de servir su pot-au-feu, iremos, pues hay oferta, a La Ferme, en el centro monumental, 2 place Freppel. Aunque todo está delicioso, que nadie se pierda la crème brûlée.
Una visita: si tenemos la suerte de que sea sábado -aunque los hay otros días-, mezclarse con la gente en el mercado es como entrar en un museo etnográfico. Cuando nos den a probar algo, tenemos que aceptar porque, aunque podemos no comprar, seguramente caeremos en la tentación.

Un recuerdo: encaramado a un pilar de madera que sostiene la Maison d'Adam, en pleno centro de la ciudad, encontraremos una singular figura, el Tricouillard, un hombrecillo burlón y golfillo que no recibe precisamente su nombre de una técnica arquitectónica medieval.

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