ARANDA DE DUERO
Un paseo: el viajero que suele ir a esta ciudad tiene en mente, como es costumbre, un corderito, y no precisamente para conciliar el sueño. Se recomienda al visitante una apacible caminata por las calles próximas a la Plaza Mayor, pero lo ideal y más bucólico es que el viajero se acerque a la orilla del río que da nombre a la villa.

Un restaurante: cuando un viajero llega a una ciudad mediana o pequeña sin ánimo de visitarla, solo porque le ha llegado la hora de comer, tiene que seguir unas instrucciones básicas como llegar al centro, preferiblemente siguiendo las señales de Ayuntamiento -Town Hall, Mairie,...-, donde se concentran tiendas y restaurantes. Si el viajero tiene la suerte de que la hora de comer le pilla cerca de Aranda, entonces que entre por el arco, y la primera a la izquierda. El Mesón de la Villa sabe de qué va esto.

Una visita: en tierra de vinos es de rigor acercarse a una bodega. Si bien el bodeguero nos animará a comprarle su mercancía, también se esforzará en enseñarnos su obra.

Un recuerdo: nada mejor, a veces, que la improvisación, y de eso sabe el viajero, que se topó de bruces con una conversación política, jugosa y bien regada que agradó a la mesa, pero no a la de al lado. El cordero suele reunir comensales de tendencias muy diferentes en un mismo salón, y allí el viajero y su compañía sacaron a relucir su gracejo, incómodo para el castellano de pro. Bueno, así ocurrió. ¿Tuvo la culpa el orujo? Seguramente no. Cada rincón de mundo tiene cosas que solo se entienden allí.

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