ASTORGA

Un paseo: Cómo le gusta al viajero bordear -que no escalar- las murallas de las ciudades. En la capital maragata, el recinto fortificado nos facilita una caminata considerable, de más de dos kilómetros, así que todo pinta bien antes de desayunar en la plaza del ayuntamiento. Y si no, pues a descubrir parajes de fábula...
Un restaurante: Es costumbre que el viajero se deje orientar por el paisanaje autóctono a la hora de menear el bigote, y en Astorga no se ha de faltar a la cita con la ronda de vinos, que suele por sí misma dar de comer, como el gastrobar Miku. Pero cuando la cosa se pone seria es a la hora del cocido maragato...
Una visita: Una ciudad cuyo próximo milenio será el tercero tiene por fuerza que ofrecerle mucho al viajero curioso. Si uno es más de arquitectura gótica y posteriores, pues que vea la catedral; si somos más de edificios llamativos e inexplicables, entonces habrá que centrarse en Gaudí; pero si lo que realmente nos interesa es la solidez de los romanos, Asturica Augusta entiende de eso, incluso lo enlata para los menos andarines en el Museo.
Un recuerdo: a veces no es tanto la cosa como la manera en que se obtuvo. Aunque no se ha nombrado antes, esto tiene que dedicarle unas líneas a la cecina, esa joya proteica. Resulta que, con idea de llevarse un recuerdo, el viajero se acercó a un comerciante local y le pidió medio kilo de cecina. Hasta aquí es normal, pero el comerciante, calibrando la pieza señalada por el cliente, dijo: "Esta se pasa un poco. Ochocientos cincuenta".¿Que hizo el viajero? Estaba claro.

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