BAYONA

Un paseo: es probable que un viajero quede tan prendado por el castillo -que es Parador, claro-, que no salga de allí en horas. Sin negar que la fortaleza de Monterreal  es un conjunto singular, en sí mismo y por sus vistas, deberíamos, como anuncia el consistorio local, sugerir otro itinerario, como una caminata hasta la playa.
Un restaurante: como amigo de Paradores, el viajero siempre recomienda su menú, pero también, como goloso impenitente, busca y rebusca por las callejuelas de las ciudades. El Casco Vello de Baiona tiene de esos sitios marineros que, para un vino de aperitivo, son ideales. Tras la pausa, el viajero podrá darse a uno de sus placeres en El Túnel. No hay nada que explicar.
Una visita: si aún seguimos enteros tras las zamburiñas, podríamos acercarnos, para desentumecer las piernas, hasta el Museo de la Carabela Pinta, sí, sí, la misma. Esto tiene la ventaja de que, si nos parece algo artificial -es pedagógico-, siempre podremos visitar el puerto.
Un recuerdo: el punto de partida de nuestro periplo será también el lugar donde terminemos la estancia. Da igual que no sea la hora del ocaso, porque el mero horizonte atlántico de esta ciudad es fabuloso. El viajero, que se quedó hasta tarde, pudo contemplar una puesta de sol impresionante que no volvió a repetirse hasta el día siguiente.

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