BURGOS

Un paseo: algo tienen las murallas, incluso sus restos, que siempre las visitamos con un extraño ardor guerrero. Al viajero le proponemos que se deje de batallitas y que se dé un garbeo por entre el antiguo recinto fortificado, lleno de fachadas, arcos y escudos, todo muy castellano y señorial.
Un restaurante: dicen los locales que da lo mismo, que en Burgos se come bien en toda la ciudad, así que nosotros proponemos un sitio muy concurrido, Casa Ojeda, donde, además de un buen cordero, la carta nos avisa tanto del precio -no muy caro- como de las calorías de cada plato. Nos sorprenderíamos.
Una visita: aquí el viajero se plegará a nuestra intransigencia, porque le impondremos una visita al Museo de la Evolución Humana, un lugar interesante, pedagógico y divertido. Es ideal para niños, pero no hay que asustarse, los niños que van a museos se portan bien.
Un recuerdo: famosas en la mayor parte del mundo entero, cómo íbamos a olvidarnos de ellas, de las deliciosas morcillas de Burgos. Como no nos interesa si las mejores son de Burgos, de Sotopalacios o de Aranda, nos llevaremos, al vacío, unas cuantas piezas: pese a su aspecto, son el regalo ideal para seducir.

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