CÁDIZ
Un paseo: por poco dinero podremos alquilar una bici y darnos una vuelta por la ciudad, parándonos cada poco a sacar fotos o tomar café. Como el carril bici gaditano no parece gozar de buena fama, el viajero debe usar las calzadas, como vehículo que es, para ir a los lugares más alejados.
Un restaurante: los paladares más exigentes se han rendido a la sencillez extrema de un manjar como las huevas o el cazón de la Freiduría Las Flores. Cervecita va, cervecita viene, tras las frituras vendrán las gambas.
Una visita: se recomienda, más por el interés histórico que por el gusto artístico, entrar al Oratorio de San Felipe Neri y proclamar en voz clara y sin gritar que allí se aprobó la constitución que nunca se aplicó y de la que más presume un país. Una lástima que nos la escamoteáramos nosotros mismos. Algún viajero se atrevió a gritar allí el funesto "viva las caenas", pero era de los otros.
Un recuerdo: la primera visita a la ciudad le dejó a alguno un recuerdo algo incómodo, pero es que cruzó en el vapor de Cádiz al Puerto de Santa María un día con viento y mar encrespado, y aquel barquito, aquel barquito,... Para no repetir la experiencia y sobre todo para relajar el soliviantado espíritu jacobino, el viajero se dejará de pamplinas y meterá en la maleta unas delicias envasadas de la Bahía.
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