CASTELLÓN

Un paseo: cuentan que uno de fuera, con intención de visitar la ciudad, se montó en bici y se puso a dar vueltas a una rotonda que hay en L'Alcora, tan grande que se ve desde el espacio. El viajero aconseja preguntar a algún ciudadano de la zona. Si salimos de tal aprieto, la ciudad nos ofrecerá un paseo relajante y llanito por el Parque del Meridiano, o una caminata tanto por la orilla del mar como por el puerto.
Playa Gurugu 
Un restaurante: los más perezosos se quedarán en la playa del Gurugú y encargarán un arroz, pero el viajero sugiere romper con la molicie playera y acercarse al centro, porque allí descubrirán recetas creativas y tradicionales mezcladas con estilo. Hace años hubo un hostelero heterodoxo que no envenenó a nadie porque algo le falló, ya que todo indicaba lo contrario. Pese a estar siempre lleno, aquello entrañaba riesgos innecesarios que su gracejo no compensaba, así que, mejor cerrado. Por suerte para la salud pública hay sitios decentes, como el Mesón Navarro -los Navarros, como los llaman- donde la oferta es amplia en carnes y pescados a la brasa, aunque no se ajuste al patrón culinario levantino. Para eso, o se tiene un contacto fiable, como el viajero, o se busca algún especialista en arroces copiosos.
Una visita: aunque haya que salirse un poco del centro, una visita al Castell Vell, origen de la ciudad, podría ser un momento de acercamiento a esas piedras que tanto descuidamos. El Mercat Central es también tentador.
 
Un recuerdo: en muchos casos, continente y contenido se unen para crear un conjunto tan inseparable que forman en sí mismos una unidad en la memoria. El viajero asocia a su estancia en Castellón el aroma de la salsa y el color del almirez de barro, recuerdos que no se pueden disociar. Pero a las malas, lo mejor es el contenido.
 Ajoaceite o alioli, el condimento perfecto

Comentarios