CASTRO URDIALES

Un paseo: es variopinta esta villa -Castro, para los amigos- y también animada. Los itinerarios de caminata matinal cambiarán en función de que se prefiera la parte alta, faro e iglesia de Santa María, o la baja, puerto y playa. De todos modos, el punto de llegada será el concurrido casco antiguo, con sus bares siempre a rebosar.
Un restaurante: el viajero es consciente de que nadie lo creerá, pero en el asador El Puerto de Santa María le propusieron un kilo trescientos de rape para dos. Por mucha merma que tenga el bicho, de ahí salen dos raciones importantes. Quién sabe si era un órdago al urbanita, pero la sensatez, que a veces acude al rescate del frágil, cambió aquello por dos rodaballos y unas almejas de primero. El que pueda, que lo pida y que lo cuente.
 
Una visita: cómo no, acercarse hasta el faro tiene esa carga aventurera que siempre queremos agregar a nuestras recomendaciones. Si, además, el día se levanta con viento, llegaremos a casa cargados de energía.
 
Un recuerdo: una cosa parecida a esta ocurrió de veras hace tiempo en un famoso parque de otra ciudad, pero reproducir la escena le parece al viajero digna de los mejores exploradores del pasado. El problema, como siempre que se propone una tropelía así, además de conseguir la proeza, es explicar en casa los detalles. Se trata de apropiarse de algo muy de la ciudad.

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