COLMAR

Un paseo: cuando llegó el viajero a Colmar, la ciudad estaba recogiéndose para la cena, así que pensó que se trataba de otra ciudad alsaciana más, hermosa y recatada. La sorpresa surgió por la mañana cuando recorrió sus calles bien conservadas y limpias. La pequeña Venecia es ideal para colmar los deseos de un caminante solitario.
 
Un restaurante: habrá que despertar al viajero que se adentre en esos canales y callejuelas, porque la hora de comer también promete ser una delicia. No resulta difícil encontrar todo tipo de restaurantes, desde creperías hasta brasseries clásicas, pero hay un sitio pequeño pero con encanto, el Wistub Unterlinden, donde, por un precio asequible, el viajero saborea suculentos platos locales que evocan la entente francoalemana, como una chucrut -choucroute, sauerkraut- de pescado.
 
Una visita: como si la propia ciudad no nos valiera ya, el viajero no quisiera descuidar su labor de consejero, así que recomienda con entusiasmo un edificio del siglo XVI, la Maison Pfister, homenaje a los constructores en madera y a la destreza renacentista.
 
Un recuerdo: por si no se hubiera notado aún, el viajero quedó prendado de esta ciudad, sobre todo porque le resultó apacible y tranquila. Y eso que estaba completando la Route des Vins d'Alsace, de donde se trajo varias cosas útiles de las que solo le queda ya una.

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