GIRONA

Un paseo: una de las candidatas al slow de oro -si existiera el premio- es esta apacible ciudad. La vueltita matinal incluirá desayuno en alguna de las calles que dan al río Onyar. El viajero se relajará dejando que fluya el agua, olvidándose del tiempo. Otra opción es deambular por el Barrio Judío.
Un restaurante: tiene el viajero una tarjeta de La Riba, Plaça Independècia 12, con una anotación a boli con tres tenedores -señal inequívoca de que está de rechupete- y un precio razonable -otra buena señal- por un arroz, con cava y crema catalana que fueron memorables. ¿Alguien da más? Veamos más.
Una visita: en un ratito nos plantamos en los Baños Árabes, una curiosa parada que el viajero agradece en su periplo. Los antiguos habitantes de la ciudad también sabían lo que era slow.
Un recuerdo: si encontramos un mercado ambulante, y si no en un comercio tradicional, habría que pensar en los familiares y amigos que nos esperan con anhelo. El viajero probó buenos embutidos por ahí.


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