HELSINKI
Un paseo: los viajecitos en barca delatan al turista convencional, pero Helsinki ofrece la posibilidad de navegar por entre sus islas sin llamar la atención. Alquilar un bote y remar hasta la hora de comer nos mostrará un raro aspecto de la ciudad. Si se conocen las normas de navegación, adelante, aunque el barquito turístico no está mal.
Un restaurante: como remar es duro, en el mismo puerto hay siempre unos puestos con bancos para comerse un buen salmón a la parrilla y una cerveza. Y de postre un helado, pero hay que tener cuidado con las gaviotas, que adoran también los sorbetes de limón. Pero si se prefiere algo más serio, también hay.
Una visita: los amantes de los clásicos podrán someter su cuerpo a un desgaste extremo en una sauna, mientras que los hipotensos se pondrán al abrigo de los desmayos en la Temppeliaukion Kirkko, un templo excavado en la roca. Hay para todos los gustos.
Un recuerdo: todo el país está lleno de cosas que sorprenden a los que no somos nórdicos, así que valdría hasta una caja de cerillas, pero de todas las extravagancias del país destacan las señales de tráfico, y no porque estén en finés.
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