LERMA
Un paseo: estas ciudades monumentales castellanas se llenan de vida a poco que el invierno sa calme, e incluso con viento y nieve sus calles bullen de gentes de fuera. Una vez más el viajero caminará sin prisa por la muralla y se parará de vez en cuando a ver las vistas que debió de tener el díscolo duque. Otra opción muy válida es recorrer callejuelas hasta acabar desayunando en la plaza porticada.

Un restaurante: la memoria local aún recuerda el día en que un despistado le preguntó al camarero del Asador El Duque qué pescado le recomendaba. Adusto como castellano que era se limitó a decir que ya se les había terminado el besugo a la espalda. El viajero se dio la vuelta, miró al cliente, miró al camarero y siguió con su plato. Un viajero nos aconseja, además de comer cordero, no llegar ni muy pronto ni muy tarde, porque el punto del asado es esencial.

Una visita: el viajero con desparpajo sabrá arreglárselas para entrar en el Parador y pedir habitación en el torreón, pero con la condición de verla antes. Los empleados no tienen ninguna objeción en agradar al cliente, así que nos acompañan por las escaleras, nos abren varias de las habitaciones altas y nos dejan hasta mirar por las ventanas. El objetivo está cumplido: ver el campo burgalés y las llanuras del Arlanza. Luego, recibimos una falsa llamada y anulamos nuestra estancia. También podemos simplemente visitar las zonas abiertas del establecimiento sin molestar al personal.

Un recuerdo: más que un recuerdo es un deseo, pero qué bien estaría poner en la tumba del cura Merino una bandera de Francia, país contra el que luchó pero en el que se exilió. El viajero hizo un comentario que no gustó, pero ahí quedó sin respuesta. La actitud slow no está reñida con el espíritu crítico.

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