LOGROÑO
Un paseo: el viajero no suele creer, hasta que lo está viendo con sus ojos, que Logroño tiene playa, pues sí, y no tiene nada que envidiar a algunas estaciones balnearias costeras. Ya no es la que conocimos en los años 80, porque ahora hay un paseo, pero a los que son de secano les parecerá como el Caribe.
Un restaurante: como nos lo pensemos mucho, nos da la hora de irnos. Al haber tantos restaurantes, lo mejor es entrar en uno sabiendo que uno no puede comer cinco veces en una misma mañana, así que iremos al que tenga buena menestra, y dejaremos los demás para otras ocasiones. Como ocurre en el norte, en los bares del casco antiguo nos dan unos pinchos golosos, sobre todo en San Juan y en la calle Laurel.
Una visita: es obligado pasarse por algunas de las bodegas que han dado tanto renombre -merecidísimo- a los vinos de esta tierra. En la misma ciudad, cruzando en puente de hierro, nos encontraremos con las Franco Españolas, estampa clásica de Logroño.
Un recuerdo: algún viajero, siendo un jovenzuelo, descubrió varias cosas en esta ciudad, y para él hay dos recuerdos muy logroñeses: los fósiles, muy abundantes, y las moras, que él mismo recogió, en verano, junto al Ebro, sin saber que las bayas silvestres, sobre todo cerca de las ciudades, se han de coger de las ramas altas, como mínimo por encima de la cintura, ya se sabe...
Un recuerdo: algún viajero, siendo un jovenzuelo, descubrió varias cosas en esta ciudad, y para él hay dos recuerdos muy logroñeses: los fósiles, muy abundantes, y las moras, que él mismo recogió, en verano, junto al Ebro, sin saber que las bayas silvestres, sobre todo cerca de las ciudades, se han de coger de las ramas altas, como mínimo por encima de la cintura, ya se sabe...
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