LYÓN

Un paseo: esta ciudad goza del clásico señorío burgués junto a una tranquila atmósfera de capital de provincia, lo que la convierte en un sitio agradable para el viajero sin prisa. El barrio viejo es muy tentador para desperezarse, así como una caminata en el contorno de la Place Belcourt, que ya nos llevaría un buen rato.
 
Un restaurante: por influencia de los grandes nombres de la nouvelle cuisine, en esta ciudad casi todos los restaurantes se esmeran en ofrecer destellos de finura. El viajero tuvo la ocasión de comprobarlo en la frecuentada Brasserie Georges, que ofrece lyonnaiseries deliciosas. Y pensar que algunos de pequeños no podían ni ver el hígado encebollado.
 
Una visita: el edificio testigo de nuestros pasos matinales será el destino de nuestra expedición. La Basílica de Fourvière es, pese a su presencia orgullosa, un edificio convencional, pero la visita le gustó al viajero por la subida en funicular y por las vistas de la ciudad.
 
Un recuerdo: se solía contar que los precios en Francia eran tan elevados que uno no podía salir de un sitio sin llevarse algo en pago por el atraco. Se puede negar lo primero pero se confirma lo segundo. Ya no recuerda el viajero por qué no se la llevó, pero ganas no le faltaron.

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