MARSELLA
Un paseo: como era de esperar, la propuesta para el paseante no es otra que el Vieux Port, todo un clásico si se quiere, pero quien no lo ha visto por la mañana no puede comprender por qué Marsella es como es el resto del día.

Un restaurante: si seguimos tras la leyenda marsellesa, tal vez para comer necesitemos buscar a un cocinero con aire de haber trabajado en un barco pirata. No es broma: el viajero se dejó servir por uno al que solo le faltaba un garfio, pero, oye, cómo comió aquel día. Por supuesto, le sirvieron la Bouillabaisse (Bullabesa). Ya no existe el restaurante, y el cocinero vaya usted a saber dónde acabó.

Una visita: las vistas desde la catedral, La Major, o desde Notre-Dame de la Garde son un buen motivo para subirse a ver el edificio, pero aquí el viajero tiene una ocasión de oro para comprender l'esprit de Marseille, ya que se le va a proponer el reto de buscar una casa como la de las películas de Guédiguian, llamar a la puerta y tratar de que lo inviten a un café en la terraza con vistas al mar. Sería increíble.

Un recuerdo: para cuando el viajero sienta nostalgia de esta ciudad corsaria y pendenciera, habrá previsto echar en la maleta un aroma que se la traiga a casa, y no nos referimos al célebre jabón.

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