NANCY
Un paseo: hay dos Nancy distintas para el viajero, y no se trata de las muñecas llamadas igual, de las que hay decenas de modelos, sino de la misma ciudad, tan cambiante que al viajero se le hizo difícil conjugarlas del mismo modo en la cabeza. Caminaremos, pues, en función del tipo de visitante que seamos. Quienes aprecien los dorados y las verjas barrocas irán por la parte de la plaza Stanislas y se quedarán prendados. Los viajeros que dirijan sus pasos hacia el embarcadero de la Meurthe hallarán un ambiente relajado y no tan bruñido.

Un restaurante: en el eje de la Grande-Rue, a derecha e izquierda se puede elegir desde un correcto oriental hasta un sofisticado bistrot de Lorena. No lejos de allí, porque la ciudad no es enorme, se encuentra Les Pissenlits, para saborear pausadamente unos bocados refinados de la cocina francesa que todos reconocemos.

Una visita: aquí también habrá quienes se adentren en palacios de merengue, y no se les podrá decir nada si vivitan el patrimonio de la Unesco, pero al viajero se le antojaba que aquello le privaría de un gozo más delicado, y así fue como se acercó al Musée de l'École de Nancy, dedicado al Art Nouveau. Tampoco estaba mal el Musée de Beaux Arts pero el modernismo local era mu tentador.

Un recuerdo: algunas imágenes de esta ciudad permanecerán en la memoria, pero otras irán directamente a las lorzas, pero el viajero nunca tiene en cuenta esos pequeños riesgos de los lípidos saturados de origen animal, y se entrega al placer, como con este queso cremoso que igual se echa sobre todo como le echan dentro de todo.

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