RENNES
Un paseo: La lluvia es arte en Rennes, así que, a pie o en bici, las calles del centro son un espacio natural para el viajero slow. Junto al río Vilaine, que surca la ciudad, la caminata matutina despeja la mente de malas ideas. El paseante local nos dirá: "Souriez, vous êtes en Bretagne!"
Un restaurante: Quien dice Bretaña dice crêpes, aunque ya sean un plato internacional que se toma tanto en restaurantes como en puestos de feria. Por cierto, las saladas se llaman galettes, y las dulces crêpes. En L'Abri du Marché saben de qué va esto de complacer sin empalagar. ¿Qué tal una de vieiras?
Un restaurante: Quien dice Bretaña dice crêpes, aunque ya sean un plato internacional que se toma tanto en restaurantes como en puestos de feria. Por cierto, las saladas se llaman galettes, y las dulces crêpes. En L'Abri du Marché saben de qué va esto de complacer sin empalagar. ¿Qué tal una de vieiras?
Una visita: Para impregnarse de la esencia regional, el viajero optará por la etnografía en el Museo de Bretaña o por la historia política en el reconstruido Parlamento. Ambas opciones son curiosas y no agreden a ningún sentimiento centralista. Y si los grandes edificios resultan desbordantes, prueben con los más menudos.
Un recuerdo: Nadie olvida Rennes después de haberla visto y, aunque se tarde en repetir, no se rechazará una invitación. El viajero siempre se lleva algo puesto como recuerdo de esta ciudad pese a la poca luz...
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