ROMA

Un paseo: al viajero no le cabe duda de que para darse una caminata por Roma hay que elegir la zona más adaptada al gusto de cada cual, ya que habrá quien piense que los jardines de la Villa Borghese, aunque plácidos, son algo pastelitos; otros pensarán que la Piazza di Spagna está abarrotada; e incluso hay algunos que ven el Foro como un montón de piedras. Este último será, aunque por la sombrita, nuestro objetivo. Allí flotaremos entre tanta historia en medio de una atmósfera mágica.
 
Un restaurante: las grandes ciudades tienen la ventaja de la gran oferta, pero también esconden muchas trampas bajo la etiqueta de restaurante. Cuando el viajero vea grupos, que se aleje; si ve camareros que lo interpelan en varios idiomas, que se aleje; si anuncian cucina casalinga y en la cocina huele a fritanga, que se aleje. Sin embargo, en Roma Sparita, un sitio artesano con una terraza fenomenal, el viajero se dará a una de sus pasiones, la pasta.
Una visita: entre las mil cosas para las que el viajero no sirve está el saber cantar, pero claro, hacen falta virtudes de las que carece. Por eso, en Roma hay un sitio ideal para romper con las cadenas de la vergüenza: se trata de las Terma de Caracalla. Allí, con o sin luz, con o sin arbolitos de adorno, el viajero deleitará al público entonando, junto a dos amigos de su elección, aquello de "vincerò, vincerò".
 
Un recuerdo: en medio del caos circulatorio de la ciudad eterna, hay un lugar para la memoria visual. El viajero siempre recordará Roma como una cuesta abajo, con curvas y subido en una Vespa, como Nanni Moretti o Gregory Peck. El piloto no era él, pero eso no importa.
 

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