SAINT-MALO

Un paseo: Ninguna ciudad es más corsaria que Saint-Malo, aunque de ese pasado filibustero queda ya apenas un leve recuerdo literario. Para evocar aquellas vidas marineras, el viajero irá a recorrer el recinto amurallado catalejo en mano por si acaso llegaran las naves de Surcouf.

Un restaurante: Si uno se queda sin mesa en Le Jacques Cartier, también puede acercarse hasta Saint-Briac, a poco de allí, y darse un homenaje selecto en Les Deux Sardines, donde la ostra se viste de tartar...
Una visita: El viajero estepario se sintió confuso cuando le hablaron de las mareas, pero, lejos de quedarse intramuros, decidió acercarse hasta la tumba de Chateaubriand, un islote en pleamar que permite el acceso al visitante cuando las aguas bajan, para no molestar al maestro.

Un recuerdo: No es posible marcharse de esta costa sin llevarse el grato recuerdo del mar y de ese sabor casi imperceptible de sus tesoros.


Comentarios