SAN PETERSBURGO
Un paseo: es una ciudad muy extensa, así que conviene delimitar las áreas pedestres, pero cuando la elijamos, nos debemos preparar para una experiencia entre tentadora y desconcertante, porque aquella ciudad imperial necesita, pese a todo, una mano de pintura, o al menos en 2005. De todos modos, el arte de merengue de su Hermitage -con perdón, pero hablo del edificio y no de la colección- no tiene nada que ver con el esplendor de la arquitectura rusa tradicional.
Un restaurante: la cocina rusa tiene grandes clásicos que podemos o no eludir, pero en este caso el viajero recomienda localizar algún restaurante en el que sirvan caviar, steak tartare o solomillo Strogonoff. En el Na Zdorovie tienen algo de eso.
Una visita: como de todos modos habrá que usarlo, el viajero recomienda vivamente viajar en el metro no solo para desplazarnos sino para admirar la decoración y, de modo especial, las escaleras eléctricas que se hunden en el suelo por debajo del lecho del río Neva. Algún viajero fue multado por una foto igual.
Un recuerdo: si siguen ahí esas viejitas, vendiendo cosas por las calles, el viajero debería pararse y llevarse por poco dinero una reliquia auténtica de la época soviética. Seguramente son medallas y broches auténticos. Si somos más de gustos refinados, una joya de ámbar siempre es bien recibida.

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