SEGOVIA

Un paseo: esta ciudad tiene sus cuestas, pero también sus llanos, así que cada cual tendrá lo que más desee. De hecho, las cuestas no son impedimento para llevar bicis sin cadena. El viajero, que por servicios prestados al Estado tuvo que patearse la ciudad, descubrió el famoso atajo -con trabajo- que se usa para subir hasta el Alcázar. También se puede usar para bajar. Otra opción podría ser recorrerse el acueducto a su paso por la ciudad. Es un paseo de algo más de 600 metros, pero con muchas pausas de reposo y de admiración. ¡Estos romanos!
 
Un restaurante: le decían al concursante que citara dos cosas segovianas, y este respondía que el acueducto y el cochinillo. Ya se sabe cómo son los de la televisión, pero hay que decir que no se equivocó, solo se quedó corto. En cuanto al segundo ejemplo, el viajero podrá elegir entre los clásicos, Cándido, y los más renovadores, La Alhóndiga. Al viajero le gusta mordisquear el rabo crujiente del cochinillo.
 
Una visita: quienes hayan trepado hasta el Alcázar pueden aprovechar el esfuerzo para vivitar el edificio y en particular el artesonado de madera de una de la sala de la Galera. Se dice que de verdad es un casco de barco puesto del revés, pero hasta ahí no llegan los datos del viajero. Tampoco está mal echarle un ojo a la legendaria iglesia de la Vera Cruz, donde aún se oyen las voces de los caballeros hospitalarios del Templo.
Un recuerdo: de entre los segovianos ilustres, por delante de los maestros asadores y del mismísimo cochinillo, el viajero se llevaría un recuerdo trivial pero emotivo. De hecho, esta camisola de su Marcha Cicloturista sería el consuelo por no haber podido correrla jamás -y cada vez menos.

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