SEPÚLVEDA

Un paseo: hay destinos que están marcados con una leyenda y que, a pesar de una calidad óptima de la oferta para el gran público, tienen mucho más que darle al viajero slow. Para demostrarlo, se propone un ligero caminar por las escarpadas colinas que rodean la ciudad. Si se prefiere, la ciudad tiene un casco histórico interesante. El viajero recomienda, en cualquier caso, respetar el entorno.
Un restaurante: siempre se ha dicho que el viajero slow tiene espíritu crítico, pero tampoco hay que negarse a que nol lo den todo hecho, como en el Figón de Tinín, donde solo se elige el vino y el postre. De hecho ni siquiera eso.
 
Una visita: otra de las visitas obligadas es, sin duda, la Ermita de San Frutos, que nos exigirá una caminata suplementaria, pero que vale la pena por su situación privilegiada en las Hoces del río Duratón.
 
Un recuerdo: aún tiene el viajero, desde aquella tarde en que sesteó a pocos metros de la ermita, grabada la imagen de esas aves volando en círculo en torno a él. Es recomendable llevar prismáticos y obligatorio estar en silencio.

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