SIGÜENZA

Un paseo: al llegar a esta ciudad un día laborable, el viajero tendrá la sensación de que la calma va a durar para siempre, pero ya se sabe que el descanso del capitalino es el trajín del laborioso segontiense. Nada debe inquietarnos si nos levantamos temprano y nos introducimos por las calles cercanas a la Plaza Mayor, donde, aquí un café, aquí un vinillo, nos dará la hora de comer.
 
Un restaurante: la norma que el viajero suele seguir a propósito de los Paradores no se romperá esta vez tampoco. Aunque también recomienda, porque lo ha probado y vaya si lo probó -la comida acabó con una partida de pocha-, el cabrito del Taberna Seguntina.
 
Una visita: si no se va uno al Parador, como hacen muchos, es obligado pasarse por la Catedral y ver el monumento funerario del más ilustre residente, el Doncel. Es cierto que, como la Gioconda, uno se lo imaginaba de otro modo, pero es lo que hay.
 
Un recuerdo: para la vuelta, si el camino es largo, el viajero sabrá prever los rigores de una digestión trabajosa. La modernidad y las tradiciones pueden convivir si en el aeropuerto nos permiten pasar esto lleno de líquido -en particular uno muy sabroso.

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