SIRMIONE

Un paseo: esta peninsulita del lago de Garda tiene, pese a su pequeño tamaño, una oferta interesante que sabrá agradar al viajero. Lógicamente, se recomienda pasear a la orilla del agua o darse una buena vuelta en bici. Las vistas son inmejorables.
 
Un restaurante: caminando en busca de un sitio donde comer, el viajero se topó con un italo argentino, Malu' Grill, donde se sació a base de bien, pero recuerda con veneración el menú del Hotel Flaminia, donde además de unos platos jugosos y abundantes, se desayuna de miedo. Por allí se aficionó el viajero a cenar ensaladas y prosecco.
 
Una visita: salvo que nos decantemos por el turismo termal, deberíamos hacer caso al viajero y dejarse tentar por las mal llamadas Grotte di Catullo, que ni son cuevas ni pertenecieron al poeta latino. Aunque al atardecer resultan más atractivas, de día también valen la pena. Por cierto, como casi toda la ciudad, la vista desde el lago es casi mejor.
Un recuerdo: ni la luz del lago, ni el sonido del viento. El recuerdo de Sirmione podría ser el aroma de las hierbas con las que se preparaban los platos de una cocina única.

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