TERUEL
Un paseo: llevado por los insistentes rumores y una campaña de cierto alcance, el viajero pudo comprobar paso a paso y con sus propios ojos que Teruel existe, ¡vaya que sí! De modo que se recomienda calzarse las botas, que hay un bonito paseo que darse por debajo de las arcadas de la Plaza Mayor, llena de tiendas casi de otro siglo. Son del siglo XX en realidad.
Un restaurante: la ventaja de ir a un sitio con fama de no existir es que uno va descubriendo cosas que confirman lo contrario. Un hallazgo fue el Mesón El Óvalo, refinado y tradicional, que ofrece platos de siempre servidos como nunca. En una gama más modesta pero igualmente tentadora, tenemos que recomendar un restaurante que, aunque de franquicia, no es como lo que vemos por ahí: Rokelín, que tiene tienda además.
Una visita: cuandu el viajero se va acercando a la ciudad sabe que tiene que ir a verlas. Las torres mudéjares de Teruel son razón más que suficiente para la categoría de patrimonio interplanetario. Habrá que elegir alguna por razones de tiempo, pero siempre se acertará.
Un recuerdo: como le pasa a la Gioconda, el Torico tiene que soportar al turista diciéndole a todo el mundo que no se lo imaginaba tan pequeño. En cambio, el viajero contempla con solemnidad al bovino estilita y se lo lleva de vuelta como la imagen más turolense.
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