TOULOUSE

Un paseo: a uno en la tele le preguntaron si conocía una ciudad ideal para pasear. No dijo Toulouse, pero el viajero la recomienda, porque es llana, tiene un parque fluvial maravilloso, no es espectacular pero deja huella,... ¿Qué más se puede pedir?
 
Un restaurante: la ventaja del buen tiempo local es que las terrazas, incluso en invierno, tienen vida. Curioso como es el viajero, se dejó, sin embargo, tentar por un popular figón, Le Colombier, en el que probó el célebre cassoulet. La polémica sobre el origen -Toulouse o Castelnaudary- animó la sobremesa. Cuidado con las sobremesas.
 
Una visita: a veces las rutas monumentales dan sorpresas interesantes como la basílica de Saint Sernin, donde el viajero, además de fresquito, hallará una arquitectura menos francesa que de costumbre. Aquí la piedra no es solo caliza sino también ladrillo, lo que le da un efecto a la ciudad, llamada la ville rose.
 
Un recuerdo: el viajero estaría constantemente trayéndose cosas de Toulouse, pero no objetos codiciados sino algo tan modesto en apariencia como un pellizco de ese pan tan crujiente untado de algo muy de allí.
 

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