VIGO

Un paseo: pocas personas aprecian las calles que se caen a cachos, pero el viajero propondría una caminata nostálgica por el Casco Vello. En caso de que seamos de gustos más elegantes, también hay de eso. Para satisfacer a todos, la orilla del Atlántico sabrá despertarnos antes de desayunar o después de comer.

Un restaurante: de joven, el viajero no comía sardinas, como todo estepario. En Vigo descubrió las xoubas, y desde entonces no ha parado de apreciar ese manjar. Lo curioso es que no se fue a los grandes restaurantes de la ciudad, sino que se las sirvieron en la cafetería de un camping de la Praia de Patos que ni existirá ya. Los bares de casco antiguo las tendrán. Aunque también nos saciará un copioso arroz con marisco como el de O Portón...

Visita: siempre se ha dicho que viajar es el mejor antídoto para la tontería, y es verdad, porque descubriendo cosas nuevas uno se engrandece. El viajero descubrió que hay un idioma -tal vez gallego- que se habla en el Mercado da Pedra y que, según parece, es un código de las pescateras para vender ostras. Cuando se pase un caminante por ahí lo entenderá.
  
Un recuerdo: estaba poniéndose de moda por aquel entonces la música tradicional -celta, para simplificar-, pero el viajero, emprendedor para muchas cosas, no se atrevió a llevarse una gaita. El gasto habría sido tan desmesurado como poco provechoso. Sin embargo, para que no se dijera que era timorato, se agenció otro instrumento más a la medida del músico.

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