ALICANTE

Un paseo: la tentación del viajero común al llegar a Alicante es irse a la playa y caminar hasta que llegue la hora del arroz -ya hablaremos luego-, pero no tiene en cuenta que las sombrillas lo inundan todo muy temprano. Por eso se recomienda aparcar los gustos corrientes y dejarse llevar por las calles del Casco Antiguo. Por cierto, alguna callejuela está un poco empinada. Si nos da miedo la pendiente, entonces vayamos al Puerto Deportivo.

Un restaurante: es más que probable que el arroz sea el plato elegido, y no nos faltará razón si nos tomamos un a banda. Si queremos ir más allá de los sabores habituales, el viajero recomienda probar unas vieiras en el restaurante del Hotel Hesperia. El problema es que las probó en una boda. ¿Por qué no unos mejillones de primero en El Suquet o un a banda con gamba roja en el Dársena.

Una visita: es posible que el viajero que subió a las cimas de la ciudad quiera aprovechar el esfuerzo para ver alguna piedra. El Castillo de Santa Bárbara, con vistas inmejorables, puede ser una alternativa. Si no se ha subido por los cerros, se recomienda buscar el mercado central y deambular por entre las mercancías.
 
Un recuerdo: al viajero le gusta siempre rascar el fondo de la memoria para hacer aflorar imágenes. De Alicante siempre le queda el socarrat de esos arroces, que también hay que rascar para apreciar mejor. Pero ningún recuerdo más intenso que el del ajoaceite en el viaje de vuelta...

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