AVEIRO

Un paseo: cuando el viajero hablaba de lo que vio en Aveiro, le solían responder que eso era una película o un sueño. Para comprobar que aquellas descripciones son ciertas y no una fantasía, se invita a una caminata matinal por el borde del mar, haciendo fotos de esas cabinas para los bañistas propias del Lido o de Ushuaia.
 
Un restaurante: la verdad es que el viajero no buscó demasiado, siguiendo su estrategia de acercarse al centro, mirar por encima la carta y entrar por ese instinto que ha desarrollado de tanto comer fuera. En Aveiro se coló en el primero que vio, con tan buena suerte que entró en O Mercado do Peixe, algo así como el paraíso.
 
Una visita: hay que reconocer que, aunque monumentos tiene, esta ciudad no es un centro artístico en sentido estricto, así que el viajero sugiere orientar la visita hacia la naturaleza domesticada. La ría de Aveiro tiene todo aquello que el ser humano puede admirar de sí mismo, es decir esa sutil manera de retorcer el curso de las cosas para hacerlas más agradables a su vista y entendimiento.
Un recuerdo: aquí vuelve a surgir la pregunta de qué hacer con esto después de hecha la travesura, porque remando en un moliceiro no llegaremos a casa. En fin, que la memoria guarde esto también para que nos crean al regresar.

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