AVIÑÓN

Un paseo: el saber popular tiene sus frasecillas, como la de "he comido como un cura". El clero siempre ha tenido buen gusto para ciertas cosas que parecen pecado, y en Avignon, se cumple aquello de que allí donde vive un papa se vive bien, aunque con pereza, que lo dejan todo a medias. El viajero podrá pasear a su gusto por las calles, pero de entre todos los destinos de interés destaca el famoso puente, que se recomienda visitar, pero solo hasta la mitad...
 
Un restaurante: el viajero una vez se comió un bocadillo de brie y lechuga que le supo a gloria y lo salvó del desfallecimiento. Si uno quiere pecar sin salvación, debería probar el magret de canard en Au Périgord Gourmand, donde la gula es casi lujuria, pero si el presupuesto nos acerca más a los feligreses que a la curia, entonces deberíamos buscar un menú de mediodía -de noche es más caro, y la carta también- igualmente soberbio en Les 5 sens.
 
Una visita: muchos lo ignoran, pero el viajero es un humanista laico convencido, de modo que cuando se mete a ver monumentos religiosos, pasa por alto su función y observa su funcionalidad. En el Palais des Papes no iba a ocurrir algo diferente, así que el viajero comprobó el modo en que viven sus votos de pobreza algunos. Se sugiere reflexionar sobre la avaricia, pero sin ira.
Un recuerdo: ded regreso a casa, dejando la ciudad atrás, uno comprueba con envidia que la buena vida es un patrimonio colectivo que hay que saber gestionar. Esta ciudad siempre será recordada por su gente disfrutando del teatro en la misma calle, ajena a los desmanes vaticanos del pasado y más centrada en otros logros de la cristiandad.

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