JYVÄSKYLÄ

Un paseo: algunas ciudades parecen irreales por su image, pero esta lo parece por su nombre. Sin embargo, tras esa extravagancia, el viajero encontró la calidez que solo Escandinavia puede ofrecer. Sin ánimo de ser simplón, los lagos de esta tierra lacustre son admirables, y una caminata puede resucitarnos.
Un restaurante: el viajero, habitualmente arriesgado, no salió del hotel para cenar porque estaba cayendo una de esas mantas de agua que bastarían para anegar un continente entero. De modo que, condenado a quedarse encerrado, halló salvación en el restaurante del Scandic. ¡Impresionante el reno! Eso sí, tomó vino de California, porque el tinto español que le propusieron sobrepasaba insospechadamente el precio que jamás podría tener.
 
Una visita: esta joven ciudad -joven como el país- puede presumir de no tener grandes monumentos. Esta aparente contradicción se llega a comprender cuando uno ve de qué modo se funden naturaleza y sociedad, como en una sauna. Otra manera de comprobar esa fusión de lo humano y lo natural es visitar la obra del finlandés universal Alvar Aalto, tanto en la Universidad como en otros edificios cercanos.
Un recuerdo: sí, por supuesto, la calidez de esta tierra y el ritmo slow al que parece fluir todo. El viajero tendrá en todo momento la idea de regresar y quedarse un poco más. El recuerdo que nos llevaremos será el deseo de ver algo único. Los que vivimos demasiado a sur soñamos con algo así. Quién sabe si un día...

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