SAINT RÉMY DE PROVENCE

Un paseo: al llegar a Saint Rémy el viajero se explica el porqué sobre la inclinación de los pintores por esta zona. Pasear es un arte en esta ciudad, sobre todo cuando los turistas empiezan a despejar las calles. Si persisten en ocupar las hermosas plazas provenzales, entonces habrá que irse a caminar por los incomparables campos de espliego.
 
Un restaurante: en una confusa mezcla de tradición francesa y atmósfera de Camarga, Le Bistrot des Alpilles tiene varias ventajas, como la terraza, los precios moderados y el tartar de buey. Sería una pena no probarlo tras un risotto y regado todo con un tinto de la región.
Una visita: la Provenza no sería lo que es sin ese toque tradicional -a veces sobreactuado- que asoma en cada esquina. Los que no quieran caer en el folclorismo tienen el Musée Estrine, una pinacoteca modesta pero con un fondo interesante. Los que, como el viajero, se entregan al sentir popular, tienen los miércoles un mercado en el que se compra de todo, desde tomates hasta especias. Vale la pena.
Un recuerdo: si fueran objetos, con una maleta no tendríamos suficiente, así que habrá que pensar en guardar imágenes en la memoria. El viajero se llevó de Saint Rémy el aroma de la lavanda, las vistas de les Alpilles, el ruido de las cigarras y, sobre todo, la idea de que nada es tan urgente como para dejarlo todo.

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