EDIMBURGO

Un paseo: Ni las cuestas, ni la lluvia, ni el sutil acento escocés pueden con el encanto de esta ciudad, que le ofrece al viajero la ocasión de pasear en plena ciudad por un sendero de bosque oceánico como el Water of Leith. Si se prefiere una opción más urbana y pintoresca, entonces se sugiere un paseo por Grassmarket, donde una pausa con una pinta podría reponernos de tanta intensidad.
Un restaurante: Contrariamente a lo que podría parecer, la cocina local tiene buenos exponentes en los innumerables restaurantes de Rose Street, donde, además del Haggis, hay buenos manjares escoceses, pero el viajero se coló en un modesto local, Smoke Stack, donde el buey y el salmón compitieron por ser los reyes del fogón, pero la batalla se la llevó el simpático mesero.
Una visita: El imponente castillo de la ciudad podría restarle prestigio a todo lo que Edimburgo tiene, y además esa visita es cara y atropellada, por eso el viajero se decanta por la Scottish National Portrait Gallery, una sala de exótica arquitectura y atmósfera apacible.
Un recuerdo: El viajero admite que el buen tiempo del que disfrutó durante su estancia no es el habitual, pero incluso con lluvia, esta ciudad no se olvida. Así, tras dudar entre la pertinaz gaita, el whisky, las faldas y el resto del imaginario popular, el mejor recuerdo sería el humilde símbolo de Escocia.

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