CLERMONT-FERRAND

Un paseo: La ciudad, resultado de un proceso volcánico tumultuoso, tiene su llanura central y sus cuestas, pero por lo general el caminante encontrará donde disfrutar de la calma "auvergnate". El barrio viejo destaca por una limpieza apreciable y una atmósfera mansa y con olor a productos locales. Si uno quiere salirse de la ciudad, disponiendo de tiempo, lo mejor es subirse al majestuoso monte Puy-de-Dôme, un viejo volcán que ha moldeado la ciudad y toda la zona.

Un restaurante: Afamada por sus quesos, la región del Puy-de-Dôme -y toda la Auvernia- tiene una cocina para valientes y para amantes de los sabores tradicionales. Si el viajero es de esos, tiene una cita en el 1513, un lugar del que se puede salir satisfecho como poco tras una truffade.

Una visita: Pese al esplendor majestuoso de la catedral gótica, nada es comparable al infalible encanto de la basílica románica de Notre-Dame-du-Port, una joya que destaca entre las numerosas iglesias medievales de la región.

Un recuerdo: Aquí hay que ser tan contundente como precavido, pues no hay duda sobre qué se llevará el viajero tras su paso por la ciudad, ni tampoco sobre lo comprometido que podría ser el transporte. Una pieza de Saint-Nectaire basta para agradar a decenas de personas, pero también para apestar a los pasajeros de un tren, de modo que se recomienda envolver el preciado queso y meterlo en el compartimento de carga. Si se hace así, el éxito está garantizado.

Comentarios

  1. ¡Fouchtra! Comer truffade (sin trufas), ver volcanes muertos y "montañas" muy redondas, y una catedral negra. Después del Saint Nectaire en el tren sólo te falta la experiencia de llevar un münster de Alsacia o un reblochon de Saboya.
    Saludos desde los Alpes, Juan M.

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    Respuestas
    1. Jajaja... Un resumen muy acertado, Catherine, de una ciudad y una región desconocida para mí pero muy interesante.
      Un saludo

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