DUBLÍN

Un paseo: Llueva o sople el viento, que nadie deje de recorrer las calles de esta ciudad en cuyas calles siempre hay recodos por los que colarse y recobrar fuerzas con una cerveza local. Si se prefiere a pie por Temple Bar, fabuloso, porque puede ser una muestra de la ciudad tradicional. Pero si se quiere pedalear, la ciudad ofrece un servicio de préstamo de bicicletas muy eficaz. Otra opción es realizar una visita con los guías Sandemans, que no tienen precio pactado, pero sí mucho valor. Y si queremos volver a Dublín, hay que posar las manos sobre el busto de la generosa Molly Malone.

Un restaurante: Una de las cosas que el viajero aprecia es poder comer de todo a cualquier hora, cosa que su endocrino le reprocha, pero un hedonista es como es. Dublín tiene esa opción, y por eso es difícil decantarse por un solo local, de modo que ahí van las propuestas: Nancy Hands, un pub de siempre con buenos precios y mejor cocina, y el delicioso Boxty House, donde nadie puede perderse el poderoso trío Stew Platter... ¡Ay, qué placer!

Una visita: Mucho consideran obligatorio pasarse por la fábrica de Guinness, y seguramente acierten, pero el viajero, tentado por las curiosidades, prefirió un coqueto mercado de George's Street Arcade, una isla en medio de todo.

Un recuerdo: El mejor recuerdo de Dublín es la propia ciudad, es cierto que algo cara, pero con eso que pocas tienen y que la hacen única. Huyendo del calor estepario, el viajero encontró, además de un curioso trébol, un verano fresquito, y eso se llevará en la memoria. ¡Qué suerte!

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