TRUJILLO

Un paseo: Hay ciudades que están hechas para darse un paseo y no cansarse pese a las cuestas y al empedrado berroqueño, y Trujillo es así, agradable, limpita y de lo más coqueta. Es muy recomendable no perderse nada, de modo que se sugiere una visita guiada de las que ofrecen en la oficina de turismo, con las que se accede a sitios que no tienen entrada libre.
Un restaurante: Y qué decir de la comida local, sabrosa, recia y reconocida. El viajero que se quede en la Plaza Mayor podrá degustarla toda sin moverse mucho, pero los que quieran salirse del epicentro trujillano tienen un asador, Alberca, donde regalarse el paladar con delicias inmejorables y refrescarse el gaznate con caldos extremeños de calidad.
Una visita: Tener el engorro de elegir entre tanto tesoro es, por desgracia, lo habitual en Trujillo, pero el viajero es fiel a sus principios y destacará un lugar único, el aljibe... ¡Para qué dejar de soñar!
Un recuerdo: El recuerdo de Trujillo es casi imborrable, y quien lo vio años atrás, como el viajero, lo recuerda casi al detalle. De todos modos, ya con la edad avanzada y definido el gusto, no está mal llevarse algo de lo que hablar, aunque sea el silencio...

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