LUGO

Un paseo: La tranquila y casi peatonal capital lucense le ofrece al viajero todo lo que necesita para recordar que es posible despatarrarse en un banco y dejarse llevar por la indolencia. Aunque también se puede ejercitar dando uno o más rodeos por el paseo de la muralla romana, todo un premio para el caminante. Otra opción es bajarse al puente del Miño, pero ojo, luego hay que subir una cuesta...
Un restaurante: Si el viajero se deja llevar por el renombrado sabor del pulpo, entonces no tendrá problema, salvo para elegir dónde. Y tampoco tendrá que buscar demasiado si quiere probar sabores locales de tierra y mar. Sin embargo, teniendo en cuenta que en Lugo se cultiva la sana y cívica aunque perdida costumbre de ¡poner tapas!, se recomienda hacer una ronda intramuros seguida de una ración por los bares más castizos.
Una visita: Una ciudad menuda que se visita casi sin querer ya es en sí misma un punto de interés, y además tiene a tiro de piedra -una hora de carretera- lo más exquisito de la Ribeira Sacra y alguna bodega excepcional. Si no se dispone de tanto tiempo, el viajero debería colarse en las termas romanas y, fingiendo ser cliente del lujoso hotel balneario, descubrir "lo que los romanos hicieron por nosotros..."
Un recuerdo: Con tantos argumentos, el viajero tendrá que ordenar su cabeza para no quedar abrumado por tanta buena cosa: Mencía, Godello, pulpo, calma, calidade,... Pero al final recordará esa retranca local con la que se adorna cada frase y de la que se hace gala incluso por escrito.

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