TORDESILLAS

UN PASEO: Las ciudades castellanas como Tordesillas son, en verano, calurosas y desiertas, e invitan a echarse una cabezada hasta que refresque, pero el viajero no debe temer nada, ya que es mejor callejear mientras los demás sestean. La plaza, tan pintoresca, será el punto de partida, y el poderoso Duero una fresca escala en cuyas playas mojarse los pies.
UN RESTAURANTE: Quien busque cordero, plato local de gran fama, lo encontrará, y del bueno, pero el viajero, de paladar imprevisible, se dejó tentar por el pez de la Meseta, el balacao, y lo probó al pil-pil... El restaurante La Lonja es desde entonces el templo bacaladero de Castilla.
 
UNA VISITA: Huyendo del tórrido sol y tras opíparo almuerzo, el viajero entró por casualidad en el Monasterio de Santa Clara, y lo que allí vio más parecía encantamiento que realidad, pero no, Tordesillas no dejaba de maravillar. Otra sorpresa más para la agenda.
UN RECUERDO: Contagiado por esa atmósfera irreal, el viajero no pasó por alto la antigua gloria de la villa, con sus viejos tratados internacionales, aunque sí desdeñó sus recientes litigios sobre arcaicos festejos populares. Amante de las buenas letras, en su recuerdo recogió lo mejor de la Castilla perenne, la del bueno de Miguel Delibes.

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