LA ALBERCA

Un paseo: El viajero escuchó decir que "quod Salmantica non praestat, natura dat", y vaya si se cumple en La Alberca, pues en un enclave agreste es capaz de apaciguar a los fieros urbanitas que se agolpan, y de qué manera, para entrar en esta ciudad -y su entorno- dejando atrás el agobio. Lo ideal es pasear por sus calles cuando aún duermen los visitantes, y entonces se encontrará la verdadera esencia albercana.

Un restaurante: La cocina local es contundente y sabrosa, sabiendo combinar lo de antes con lo de ahora. El viajero hizo buenas migas con los del restaurante El Balcón de la Plaza, y de ahí no salió en toda su estancia. Las patatas meneás son un ejemplo de tradición y novedad: consúmanse sin moderación.

Una visita: A cuatro pasos de la muy frecuentada villa se puede encontrar un espacio en el que hacer la digestión y descubrir la inmensidad de la sierra. Columpiarse con vistas a un valle que no parece acabarse es posible en el Mirador Peña La Cabra, un remanso con castaños, madroños y una espesura fenomenal.

Un recuerdo: El viajero es de llevarse puesto lo que ve y lo que come, por eso de La Alberca se llevó el aroma de los monumentales marranos que tanta fama y gloria han dado. Bien merecido pedestal tiene la chacina de la zona.



Comentarios