ÚBEDA

Un paseo: Una ciudad que posee la distinción de ser Patrimonio de la Humanidad tiene que lucir espléndida en todo momento, y Úbeda se pone guapa cada mañana, por lo que el viajero puede calzarse las botas y deambular por donde le plazca, que siempre encontrará algo para regalarse la vista.

Una visita: Junto a sus joyas del Renacimiento, la ciudad puede presumir de un tesoro judeo-mudéjar incomparable, pequeñas casas tradicionales que nos hablan de un pasado rico y convulso.

Un restaurante: Patearse una ciudad tan rica da hambre, pero que nadie se asuste, que hay para todos los paladares. El viajero, cliente atento, se acercó a la taberna Misa de Doce y se dejó recomendar por un mesero local, orgulloso del "pâté" de perdiz, y no se arrepintió.


Un recuerdo: Como Proust, el viajero tiene raptos de memoria involuntaria, y en Úbeda recuperó el olor y la textura de esos churros que, muchas mañanas, cuando iba a visitar a su tía Leoncia, solía mojar en una taza... 


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